Morir en paz es algo, quizá, difícil de definir pero fácil de detectar, pues es evidente cuando una persona termina su vida de forma serena, apacible, sin dolor o síntomas relevantes y rodeado de sus seres queridos. Esta forma de morir, que antes era una situación generalizada, cada vez se hace más difícil. La tendencia, en incremento, de llevar a los enfermos a morir al hospital genera que muchas personas pasen sus últimos días de vida lejos de sus familiares, en un entorno frío y sin la privacidad e intimidad necesarias para acabar la vida dignamente. Los cuidados al enfermo deberán cubrir las necesidades físicas, psicológicas, sociales y espirituales, sobre todo y de ser posible, con más esmero a medida que se acerca el final. Nunca debemos olvidar la importancia que tiene la correcta atención y soporte que hay que suministrar a los familiares que muchas veces lo pasan peor que el propio enfermo. Son muchos miedos y dificultades que pueden sufrir los seres queridos de quien está a punto de morir, por lo que se debe saber dar una adecuada respuesta, profesional y humana. Por otra parte, cada vez son mayores y más frecuentes los problemas éticos que pueden surgir al final de la vida, sobre todo el impulso frecuente de no permitir morir al enfermo (obstinación terapéutica) o bien, lo opuesto, acelerar su muerte (eutanasia). Sin duda alguna Morir en paz. Los últimos días de vida nos muestra que en el centro están los cuidados paliativos, el respeto al paciente y el acompañamiento profesional y humano tanto del enfermo como de sus familiares.